¿Es suficiente con las promesas?
Muchos cambios vienen naturalmente conforme maduramos. A veces, sin embargo, hábitos negativos forman surcos profundos, y parece que no podemos cambiar, sin que importe lo mucho que lo deseamos. Los amigos nos instan a que cambiemos de ruta y nos advierte de los peligros que nos esperan si no lo hacemos. Leemos en la Biblia sobre la senda de sabiduría de Dios, y que su Espíritu despierta nuestro espíritu a una nueva visión de una vida mejor en Cristo. Con lágrimas de determinación, nos decimos nosotros mismos, y les decimos a nuestros seres queridos, y a nuestro Señor Jesucristo que las cosas van a ser diferentes. “Voy a cambiar; lo prometo,” decimos; y lo decimos realmente en serio. Lamentamos profundamente nuestro pecado, e incluso sentimos disgusto. Sin embargo, con el paso del tiempo el tirón del surco vence nuestras más sinceras promesas, y volvemos a caer en los viejos hábitos. Parte del problema puede ser nuestro error de pensar que un lamento y una confesión son suficientes para producir cambio. Otra parte es el malentendido del proceso de cambio; proceso que la Biblia llama arrepentimiento.
¿Es el arrepentimiento lo mismo que remordimiento?
De acuerdo al Nuevo Testamento hay una gran diferencia entre el arrepentimiento y el remordimiento. Judas “sintió remordimiento y devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos” (Mateo 27:3). Incluso confesó su crimen: “He pecado entregando sangre inocente” (v. 4). Judas tuvo que hacerle frente a la diabólica bestia del mal que había en su alma, y retrocedió aterrado y en vergüenza. Trágicamente, en lugar de conducirlo a Dios y a la vida, su culpa lo empujó a las mismas puertas de la muerte. A la larga, su vergüenza se convirtió en odio a sí mismo, y lo empujó al suicidio.
El apóstol Pablo llama a esto “la tristeza del mundo” porque el mundo no ofrece esperanza para personas plagadas con la culpa (2 Corintios 7:10b). Pero hay otra tristeza que produce vida, como Pablo escribe:
Pero ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra. Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación (2 Corintios 7:9-10).
La tristeza de un alcohólico, por ejemplo, bien puede hundirlo en estruendosas olas de autocompasión . . . o puede llevarlo a las playas de una vida nueva. El factor determinante no es la tristeza en sí misma, sino si la tristeza lleva al pecador al arrepentimiento.
¿Qué es el arrepentimiento?
El arrepentimiento es, primero que nada, una decisión. La palabra griega más común que en el Nuevo Testamento se traduce "arrepentimiento" es metanoeo, que se basa en la palabra para pensamientos o intenciones, nous, (ver Hechos 8:22) y literalmente quiere decir “cambiar de parecer.” Los que se arrepienten echan un vistazo serio hacia dentro y enfrentan la verdad en cuanto a sí mismos: cómo han estado excusando su pecado y haciendo daño a otros. Llegan a un punto de decisión, o a lo que Pablo llama “para arrepentimiento” (2 Corintios 7:9), en el cual cambian de parecer de agradar a la carne para agradar a Dios, de confiar en sí mismos para confiar en el Salvador.
Esta decisión de arrepentimiento puede venir en el momento de nuestra salvación cuando ponemos nuestra fe en Cristo por primera vez. También puede ser un punto de reconsagración cuando determinamos seguir a Cristo de todo corazón. En todo caso, es el punto inicial de un proceso de cambio.
Mano a mano con esta decisión hay un segundo principio: convertirse. Los profetas del Antiguo Testamento predicaron un mensaje de arrepentimiento usando una palabra especial hebrea que quiere decir: “volverse, convertirse.” El señor insta a sus redimidos a volver a Él porque Él ha perdonado sus pecados:
He disipado como una densa nube tus transgresiones,
y como espesa niebla tus pecados.
Vuélvete a mí, porque yo te he redimido (Isaías 44:22).
El señor le pide a su pueblo que tome una dirección completamente nueva en la vida. Esto implica dos partes: dar media vuelta para alejarse del pecado y volverse al Señor. Implica una relación entre nosotros y Dios; muy parecida a la relación entre el hijo pródigo y su padre en la parábola que Jesús relató. Después de que el hijo volvió a su cabales en la pocilga, se convirtió de su pecado y volvió a su padre (ver Lucas 15:11-32).
La decisión de arrepentimiento y la conversión de arrepentimiento se demuestran por el fruto del arrepentimiento: obras que brotan de la vida de una persona cambiada. Los profetas describieron estas obras en términos prácticos: “Y tú, vuelve a tu Dios, practica la misericordia y la justicia” (Oseas 12:6). Juan el Bautista especificó el fruto del arrepentimiento de esta manera:
El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos recaudadores de impuestos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Entonces él les respondió: No exijáis más de lo que se os ha ordenado. También algunos soldados le preguntaban, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y él les dijo: A nadie extorsionéis, ni a nadie acuséis falsamente, y contentaos con vuestro salario (Lucas 3:11b-14).
El arrepentimiento, entonces, no es meramente sentir pesar por haber pecado. La persona puede sentir profundo remordimiento por su espíritu de crítica, cólera o codicia. Un pastor sorprendido en inmoralidad puede arrodillarse ante la congregación y llorar amargamente por la condición de su alma. Por importante que es sentir el peso de nuestro pecado, estas emociones no son arrepentimiento. Es más, si aceptamos estas lágrimas como arrepentimiento, en realidad podemos estorbarle a la persona el hacer el trabajo realmente duro de cambiar.
Con esto en mente, derivemos una definición: el arrepentimiento es el proceso de alejarnos de nuestra forma pecadora de vida y convertirnos a la bondad. Se caracteriza por un cambio en la manera de pensar y un cambio en la conducta.
La senda de arrepentimiento a menudo conduce por períodos oscuros de autoexamen y dolorosa rendición del egoísmo y orgullo. El arrepentimiento incluye abandonar los atesorados placeres de pecado y ser responsable ante otros que nos ayudan a sacar nuestras ruedas de que los surcos conforme avanzamos a un nuevo curso de vida. Marca una relación renovada con el Señor basada en una creencia revivida de que su camino verdaderamente es lo mejor y su justicia es el mayor tesoro de la vida.
¿Cuáles son las señales prácticas del arrepentimiento?
¿Cómo sabe uno si está en la senda del arrepentimiento? ¿Cómo se ve una vida arrepentida? ¿Cómo puede uno decir si un ser querido está realmente cambiando? Los que son serios en cuanto al cambio tienden a mostrar conductas similares que le permiten a uno saber que están en el camino correcto. Las siguientes son unas pocas señales que hallará en la persona verdaderamente arrepentida:
1. Los arrepentidos están dispuestos a confesar todos sus pecados, y no solamente los pecados que los metieron en problemas. Una casa no está limpia mientras uno no abra todo armario y barra todo rincón. Los que verdaderamente desean estar limpios serán completamente sinceros en cuanto a sus vidas. No más secretos.
2. Los arrepentidos enfrentan el dolor que su pecado les ha causado a otros. Invitan a las víctimas de su pecado (cualquiera que sufrió daño por sus acciones) a expresar la intensidad de las emociones que sienten: cólera, dolor, tristeza y desencanto. Los arrepentidos no dan excusas ni echan la culpa. Ellos tomaron la decisión de hacer daño a otros, y deben asumir la plena responsabilidad de su conducta.
3. Los arrepentidos piden perdón a los que han hecho daño. Se dan cuenta de que nunca pueden “pagar” por completo la deuda que les deben a sus víctimas. Los arrepentidos no presionan a otros a decirles “te perdono.” El perdón es un peregrinaje, y los otros necesitan tiempo para vérselas con la ofensa antes de poder perdonar. Todo lo que los arrepentidos pueden hacer es admitir su deuda y humildemente solicitar el inmerecido don del perdón.
4. Los arrepentidos continúan siendo responsables a un grupo pequeño de creyentes maduros. Reúnen alrededor de sí a un grupo de amigos que les exigen cuentas en cuanto a un plan para vivir vidas limpias. Invitan al grupo a cuestionarlos en cuanto a su conducta, y siguen las recomendaciones del grupo respecto a cómo evitar la tentación.
5. Los arrepentidos aceptan sus limitaciones. Se dan cuenta que las consecuencias de su pecado (incluyendo la desconfianza) durarán largo tiempo, tal vez por el resto de sus vidas. Entienden que no pueden disfrutar la misma libertad que otros disfrutan. A los ofensores sexuales o los que han abusado de niños, por ejemplo, nunca se les debe dejar solos con niños. Los alcohólicos deben abstenerse de beber licores. Los adúlteros deben poner limitaciones estrictas en cuanto al tiempo que pasan con miembros del sexo opuesto. Esa es la realidad de la situación, y están dispuestos a aceptar sus límites.
6. Los arrepentidos son fieles a las tareas diarias que Dios les ha dado. Servimos a un Dios misericordioso que se deleita en dar segundas oportunidades. Dios les ofrece a los arrepentidos una relación restaurada consigo mismo y un nuevo plan para la vida. Escuchen a la promesa de Oseas al pueblo rebelde de Israel:
Venid, volvamos al SEÑOR.
Pues Él nos ha desgarrado, y nos sanará;
nos ha herido, y nos vendará.
Nos dará vida después de dos días,
al tercer día nos levantará
y viviremos delante de Él (Oseas 6:1-2).
Después de la sanidad viene la vida. Los arrepentidos aceptan la responsabilidad por los fracasos pasados pero no se ahogan en la culpa. Enfocan su atención en las responsabilidades presentes, que incluye el realizar las tareas diarias que Dios les da.
Un pensamiento final. El arrepentimiento no es un esfuerzo solitario. Dios no espera que nosotros nos levantemos por nuestros propios tirantes. Mediante su Espíritu Santo que mora en nosotros Dios nos moldea y conforma para hacernos puros y sin mancha en Cristo. Escuchen las palabras esperanzadas de Pablo: “porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Filipenses 2:13). Para muchos, el primer grito de arrepentimiento es: “Yo no puedo cambiar por mí mismo; te necesito, Dios.” Agradecidamente, esas son las palabras dulces al oído de Dios.