El día especial nunca llega sin recordarnos de nuevo que hay vida más allá de ésta; vida verdadera, vida eterna, vida gloriosa. Los que viven en lo que pudiéramos llamar “la periferia de la esperanza” necesita una transfusión. La resurrección la da.
Por alguna razón extraña, han habido en mi vida algunas ocasiones cuando varias personas con quienes tenía contacto regular de repente se hallaron enfrentándose a la terrible enfermedad del cáncer al mismo tiempo. Hablando de personas que viven “en la periferia.” Recuerdo cuando uno de mis amigos más queridos, que había librado una ardua batalla contra el cáncer por más de un año, y que la enfermedad que había pasado a remisión, de repente volvió a aparecer. Al mismo tiempo, la esposa del presidente del seminario donde me eduqué recibió el diagnóstico de melanoma, un tumor en el hígado. Y otro fue un colega de 22 años, del estado de Indiana, que en esos momentos atravesaba las horribles reacciones de la quimioterapia recibida por cáncer en el hígado. Todos estos, y otros con quienes yo tenía correspondencia, representaban meramente una diminuta punta de un gigantesco témpano de hombres, mujeres, niños y niñas para quienes una transfusión de esperanza era esencial. Se me hizo acuerdo que entonces, y ahora lo sé —mientras más personas luchan contra el cáncer— que la resurrección provee esta esperanza.
Y luego también hay los afligidos por la pérdida reciente de un cónyuge, un hijo, un padre, o algún amigo. La muerte ha venido como ladrón implacable, arrebatándoles una presencia atesorada y dejando solo recuerdos vacíos a su paso. La tristeza de los que se lamentan arrojan un matiz de soledad demasiado poderoso como para que lo rompan las palabras dichas o los cantos huecos. ¿Qué falta? Para parafrasear lo que dijo Oscar Wilde:
Algo se ha muerto en cada uno de ellos,
Y lo que se ha muerto es la Esperanza.
No hay nada como la Resurrección para devolverle a la vida la esperanza.
La Pascua de Resurrección tiene sus propios himnos:
Cristo vive, y nosotros viviremos:
¡Tu aguijón, oh muerte, ha desaparecido para siempre!
El Señor resucitó, ¡Aleluya!
Muerte y tumba él venció, ¡Aleluya!
Cante hoy la cristiandad, ¡Aleluya!
Su gloriosa majestad, ¡Aleluya!
La Pascua de Resurrección tiene sus propios Pasajes Bíblicos:
Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios (Job 19:25–26)
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el
poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes,
creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios 15:55–58).
Y la Pascua de Resurrección tiene su propia proclamación:
“No está aquí, pues ha resucitado” (Mateo 28:6).
No puedo explicar lo que sucede, ni tampoco tengo que tratarlo. El simple hecho es que este: Hay algo del todo magnífico, terapéutico, y reconfortante en la mañana de resurrección. Cuando los creyentes se reúnen en los templos y elevan sus voces en alabanza al Salvador resucitado, las huestes demónicas del infierno y su príncipe condenable de tinieblas temporalmente quedan paralizados. Cuando el pastor pasa al púlpito y declara los hechos inconmovibles, innegables, de la resurrección corporal de Jesús y la seguridad de la nuestra también, el mensaje vacío de los escépticos y descreídos se silencia momentáneamente. Cuando el entusiasmo de estar hombro a hombro con otros que tienen “una fe tan preciosa como la nuestra” fluye por el pueblo de Dios, un fogonazo casi misterioso de poder nos inunda (2 Pedro 1:1). Los beneficios son innumerables. Para mencionar apenas unos pocos:
- Nuestras enfermedades no parecen ser tan finales.
- Nuestros temores se disuelven y aflojan su apretón.
- Disminuye nuestra aflicción por los que se han ido.
- Se rejuvenece nuestro deseo de seguir avanzando a pesar de los obstáculos.
- Nuestra fe similar eclipsa nuestras diferencias de opinión.
- Se fortalece nuestra identidad como creyentes, al estar a las sombras prolongadas de los santos de todos los siglos que siempre han respondido en voz antifonal: “¡Cristo ha resucitado, en verdad!”
Esta temporada de resurrección, nos espera una transfusión de esperanza. Sucede todos los años. ¡Aleluya!