Tal vez se deba a que acabo de tener otro cumpleaños. Tal vez se deba a que soy abuelo; varias veces. O tal vez se deba a un joven seminarista, que está batallando, y a quien conocí hace poco, y que quisiera haber estado en la lista de prioridades de sus padres un poco más arriba que, digamos, en quinto o sexto lugar. Se le marginó o ignoró en su niñez, luego se sintió tolerado o malentendido en su adolescencia, y finalmente se esperaba que “sea un hombre” sin habérsele enseñado cómo serlo.
Mis palabras van dedicadas a todos ustedes que tienen la oportunidad de hacer una inversión en un hijo o hija que va creciendo, a fin de que pueda un día ser un individuo íntegro y saludable, seguro y maduro. Concedo: eso es un trabajo arduo; implacable y mal agradecido . . . por lo menos por ahora. Surge toda tentación de escapar de las responsabilidades que son suyas, y sólo suyas. Pero nadie está mejor calificado que usted para forjar el pensamiento, responder a las preguntas, ayudar en las luchas, calmar los temores, aplicar disciplina, conocer lo más íntimo del corazón, y amar y afirmar la vida de su retoño.
Cuando se trata de instruir “al niño en su camino,” usted tiene el carril preferencial, mamá y papá. Ningún maestro o entrenador, vecino o amigo, ningún abuelo o hermano, consejero o ministro, tendrá en su hijo o hija la influencia que usted tiene. Así que; ¡tómelo con calma! Recuerde (como la escritora americana Anne Ortlund lo dice): “los niños son cemento fresco.” Ellos toman la forma que usted moldea. Están aprendiendo incluso cuando usted piensa que no están observándolo. Y esos pequeños son muy listos. Oyen el tono tanto como los términos. Leen las miradas tan bien como los libros. Se figuran los motivos, incluso aquellos que usted piensa que puede esconder. No se dejan engañar; ni siquiera a la larga.
Las dos herramientas más importantes para criar hijos son el tiempo y el tacto personal. Créame, ambos son esenciales. Para que usted y yo podamos esperar que de nuestro nido salgan individuos suficientemente capaces y relativamente estables, que pueden remontarse y volar con sus propias alas, es preciso que paguemos el precio de decir que no a muchos de nuestros deseos y necesidades, a fin de interactuar con nuestros pequeños . . . y tendremos que continuar acortando la distancia que simplemente por naturaleza se forma conforme nuestros pequeños crecen.
Tiempo y tacto. Nada nuevo, concedo, y sin embargo los dos continúan siendo el mínimo irreducible cuando se trata de criar bien a los hijos. ¡Tómelo con calma! Escuche a su hijo o hija; mírelos a los ojos, estréchelos en sus brazos, deles un fuerte abrazo, dígales lo valiosos que son. No se contenga. Dedique tiempo para hacerlo. Extiéndase. Que sientan su toque personal.
No se quede junto a su hijo o hija como si fuera estatua, incapaz de decir lo que siente, incómodo y distante. Dedique tiempo para sentir, escuchar, tener cerca a su hijo.
Cuando se vea tentado a participar en alguna oportunidad que exige mucha energía, y que consume el tiempo, y que tan sólo aumentará la distancia entre usted y sus seres queridos, deténgase y piense en el mensaje silencioso que trasmitirá. Hágase usted mismo preguntas arduas tales como: “¿Podría yo ocupar mejor mi tiempo en casa?” y “¿Acaso no habrá oportunidades similares en años futuros?” Luego dirija su atención a su hijo o hija. No se contenga al renovar la familiaridad.
¡Tómelo con calma!