La generosidad no es tanto un desbordamiento de riquezas sino una súper abundancia de fe. La cicatería, por otro lado, es señal segura de que la persona confía en las cosas antes que en Dios. Y no se equivoque: servimos a aquello en lo que confiamos.
Mi hermano mayor, Orville, nunca fue rico, pero fue maravillosamente generoso con lo que tenía. Nunca le escatimó nada al Señor . . . ¡y eso todavía sigue siendo cierto! Fue el desbordamiento de fe lo que le llevó a ser misionero por más de treinta años en Buenos Aires, Argentina. Poco antes de hacer eso, había ido en misiones de corto plazo a México, y había vuelto a los Estados Unidos de América para hacer junto con su esposa, Erma Jean, y sus hijos el largo viaje hasta el extremo sur de América del Sur.
Antes de viajar, se detuvieron para una rápida visita a nuestros padres en Houston. Ahora bien, usted tiene que apreciar la clase de hombre que era mi padre. Busque en el diccionario la palabra responsable, ¡y ese es su retrato! Para él, los riesgos eran para los que no planeaban. La gente responsable no dejaba nada al azar. En lo que a él competía, la fe es algo que uno ejerce cuando tres planes alternos fracasan y uno se queda sin ninguna otra opción. Mi padre era un creyente, pero nunca entendió la vida de fe. No, en realidad.
A mi hermano, por otro lado, lo estimulaba la fe. Había vivido toda su vida adulta en el filo vivo de la fe. Para él, la vida no se vuelve emocionante mientras Dios, y solo Dios, nos hace atravesar algún desafío específico. ¡Eso sacaba a mi padre de sus casillas!
Orville llegó a casa en su vetusto coche Chevy, que tenía las llantas más lisas que jamás he visto. Mi padre siempre inspeccionaba las llantas cuando íbamos a visitarlo. Me preguntaba cuánto tiempo le llevaría decir algo. Estoy seguro que Orville también. No mucho, fue la respuesta.
Después de la gran cena de legumbres y pan de maíz, cebollas y frijoles pintos, mi madre y hermana se fueron a la cocina, dejando a mi padre en un extremo de la mesa, Orville en el otro, y yo sentado a un lado. Entonces empezó.
“Hijo: ¿cuánto dinero tienes para tu largo viaje?”
“Ah, papá. No te preocupes por eso. Vamos a estar bien.”
Antes de que él pudiera cambiar de tema, mi padre presionó el asunto: “¡Contéstame! ¿Cuánto dinero tienes en la billetera?”
Orville sonrió, se encogió de hombros, y dijo: “No tengo nada en mi billetera.”
Yo me quedé callado, observando este partido verbal de tenis.
“¿Nada en tu billetera? ¿Cuánto dinero tienes? ¡Estás a punto de viajar a América del Sur! ¿Cuánto dinero has conseguido?”
Con esas, mi hermano sonrió, escarbó en su bolsillo, sacó una moneda de veinticinco centavos, la puso sobre su canto sobre la mesa, y con cuidado la empujó con el pulgar. Lentamente rodó pasando frente a mí hasta llegar al extremo de la mesa donde estaba mi padre, y cayó en su mano. Papá dijo: “¿Veinticinco centavos? ¿Es esto todo lo que tienes?”
Orville esbozó una sonrisa incluso más amplia, y dijo: “Así es, ¡No es eso emocionante!”
Esa no era la palabra que mi padre tenía en mente. Después de lanzar un hondo suspiro y una pausa muy breve, papá meneó su cabeza y dijo: “Orville: simplemente no te entiendo.”
Mi hermano se puso serio. Mirando de frente a papá, le respondió sin pestañear: “No; papá. Nunca lo has logrado.”
No sé cómo en efecto hizo el viaje a su destino . . . o como él y Erma Jean cuidaron a todos sus hijos, y nunca pasaron hambre. Sirvieron en Buenos Aires y viajaron a otras partes del mundo por más de tres décadas. Mi padre era un hombre que atravesó la Gran Depresión Financiera, vivió toda su vida en temor de la pobreza, muy rara vez corrió algún riesgo, y nunca experimentó el gozo de confiar en Dios que hizo a mi hermano sonreír tan ampliamente ese día.
Jesús nunca dijo que tener cosas bonitas sea malo. Por su decisión soberana, tal vez ha ordenado que algunos sean tan pobres como él mismo y sus discípulos. Sin embargo, tal vez quiera que otros tengan dinero a rebosar, y bienes materiales, para que puedan dar con abundancia. Su principal preocupación no es el asunto de la riqueza; se preocupa por nosotros y a dónde acudimos buscando seguridad. Sea que tengamos o no cosas lindas, ¡él quiere asegurarse de que esas cosas no nos tienen a nosotros!
La generosidad es no sólo una señal segura de fe; también es una manera segura de estimularla. Tan pronto como algo empieza a sentirse como demasiado esencial para nuestra seguridad o felicidad, es tiempo demostrar quién manda, dándola.