Mientras el Hijo de Dios estaba sentado en su trono en el cielo los ángeles clamaban: "¡Santo!" y los coros cantaban: "¡Gloria!" y luz pura irradiaba de su refulgentes vestidos. Como diamantes sus ojos brillaban; como trueno, su voz tronaba. En las puntas de sus dedos los relámpagos danzaban.
Entonces él dejó su hogar celestial y entró en el vientre de una adolescente. A su debido tiempo ella dio a luz en el piso de tierra de una pesebrera y ella lo colocó en un comedero; porque—y es hasta vergonzoso decirlo—no hubo lugar para el Hijo de Dios en ninguna otra parte en la tierra.
La pregunta es: ¿Por qué el Hijo de Dios quiso hacerse humano? ¿Por qué quiso dejar su residencia celestial para entrar en nuestro mundo de dolor y aflicción? ¿Por qué cambió la adoración de los ángeles por el ultraje de los que aborrecen a Dios? ¿Por qué peregrina razón Dios descendió?
Vino para Estar con Nosotros
El Hijo de Dios vino a esta tierra para estar con nosotros. De acuerdo al Evangelio de Mateo, Isaías mencionó el nombre del niño Jesús siglos antes de que naciera: "Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros" (Mateo 1:23).
Él sería Emanuel, el Dios que está con nosotros. Que no se le pase esto por alto.
Cristo no fue simplemente como Dios; más bien en toda forma y de toda manera él era Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vivían en perfecta unión. Sin embargo el Hijo no luchó por aferrarse a sus privilegios divinos. Más bien, como Pablo nos dice, "se despojó a sí mismo" (Filipenses 2:7)
Voluntariamente dejó a un lado el uso de sus capacidades divinas para aceptar todas las debilidades y limitaciones que caracterizan a la humanidad. En cualquier momento Jesús podía haber echado mano de cualquier poder o prerrogativa. Pero en uno de los primeros destellos de la gracia voluntariamente escogió someterse a la voluntad del Padre, que le había llamado para que cumpliera un papel especial terrenal para estar con nosotros; y más que eso, para ser uno de nosotros.
Vino para Ser Uno de Nosotros
En Filipenses 2:7-8 Pablo usa tres frases cruciales para describir cómo el Hijo se hizo uno de nosotros: "tomando forma de siervo" (v. 7b); "hecho semejante a los hombres" (v. 7c); y "estando en la condición de hombre" (v. 8a).
Existiendo como Dios, Cristo tomó forma de hombre, incluso de esclavo. Como resultado su apariencia cambió. Ya no se vería como Dios. Debido a que se hizo humano, parecía humano y se sentía como humano por completo. Sintió dolor, se reía, y sangraba. Ningún halo le rodeaba la cabeza. No había ningún ropaje de realeza sobre sus hombros. No había alas de ángeles en sus espaldas.
Debido a que era uno de nosotros las personas pudieron estar cerca de él. Los pescadores se sentían cómodos en su presencia. Los padres de niños enfermos venían a pedirle ayuda. Las prostitutas hablaron con él sin tener que encogerse por la vergüenza. Los leprosos le llamaban amigo.
Un predicador lo dijo de esta manera: "El que hizo al hombre se hizo hombre." De ese hecho dependen nuestras vidas.
Vino para Morir por Nosotros
Cristo vino por requerimiento del Padre para librarnos a nosotros de las garras mortales del pecado. Su llegada a la tierra es la historia de navidad. La forma en que realizó su misión es la historia de la cruz.
"Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2:8).
¿Podría ser que al Hijo de Dios se le tratara como a un criminal? ¿El Juez de la humanidad juzgado por la humanidad? ¿El Hijo que no tenía pecado hallado culpable, sentenciado y ejecutado? ¡Qué horror! Sin embargo esa fue la senda que el Padre escogió para él, y él obedeció. Como resultado de su sacrificio Dios pudo canjear nuestro pecado por su justicia:
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21).
Del trono, a la pesebrera, a la cruz. Cristo vino para que creyendo en él como nuestro único y todo suficiente Salvador pudiéramos pasar de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
Gracias a Dios por su Hijo, el Obsequio demasiado maravilloso para describir (Véase 2 Corintios 9:15). ¡Toquen las campanas!
En navidad llenan nuestras mentes pensamientos de familia, buena voluntad y paz. Pero al meditar en el auténtico significado de la navidad: el Niño Cristo, la encarnación, y la cruz, verdades más hondas repican como campanas en nochebuena.
Primero, Dios puede hacer todo lo que quiera. Si él puede moldear la historia e impulsar la mente del césar romano, instilar vida en el vientre de una virgen, y reducirse a sí mismo al cuerpo de un nene, imagínese las grandes cosas que puede hacer en nosotros y por medio de nosotros.
Segundo, Dios puede cambiar a cualquier persona. Mediante la muerte de su Hijo en la cruz, él cambió la muerte en vida. ¿Qué cambio puede ahora hacer en nosotros? Y tan crucial es la pregunta: ¿Se someterá usted a esos cambios? Tercero, Dios puede guiarnos a cualquier parte. Él guió a Cristo del cielo a la cruz, y de nuevo de regreso a su hogar. Por todos nuestros valles, él puede guiarnos igualmente.
Permítame animarles a hacer una pausa y meditar deliberadamente y con todo cuidado "el obsequio de Dios demasiado maravilloso para describirlo en palabras." No sólo para usted. Por siglos cuerpos locales de creyentes han preparado sus corazones durante las cinco semanas que llevan a la celebración de navidad. ¿Por qué no separar unos pocos momentos cada día durante los cinco días antes del 25 de diciembre? Todos podemos hacerlo.
Reúna a sus seres queridos por unos momentos todos los días, y lean un pasaje breve de la Biblia, entonen uno o dos villancicos, y denle gracias a Dios por el maravilloso regalo de su Hijo. Con el paso de los días observe la transformación en sus relaciones personales. Se sorprenderán al ver que el obsequio de Dios no ha dejado de dar. La encarnación fue sólo el comienzo.
20 de diciembre: Isaías 2:1-5, Salmo 122, Romanos 13:11-14, Mateo 24:36-44
21 de diciembre: Isaías 11:1-10, Salmo 72:1-7, 18-19, Romanos 15:4-13, Mateo 3:1-12
22 de diciembre: Isaías 35:1-10, Salmo 146:5-10, Santiago 5:7-10, Mateo 11:2-11
23 de diciembre: Isaías 7:10-16, Salmo 80:1-7, 17-19, Romanos 1:1-7, Mateo 1:18-25
24 de diciembre: Isaías 9:2-7, Salmo 96, Tito 2:11-14, Lucas 2:1-14