Dando lo Inesperado
Por Charles R. Swindoll
Hay varias maneras de describirlo: Volver la otra mejilla . . . ir la milla extra . . . hacer bien a los que nos aborrecen . . . amar a nuestros enemigos . . . acumular brasas sobre la cabeza de otro. Podemos decirlo de maneras diferentes, pero las acciones resultan lo mismo. Al hacer lo inesperado, conseguimos dos objetivos importantes: (1) ponemos fin a la amargura, y (2) demostramos la verdad de un antiguo axioma: el amor conquista abrumadoramente.
¿Recuerda las palabras de Salomón?
“Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová,
Aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Proverbios 16:7).
Es verdad. Lo he visto sucederse vez tras vez. También he visto ocasiones cuando podía haber funcionado, pero ninguna de las partes estaba dispuesta a probarlo.
¿Por qué vacilamos tanto? ¿Qué nos impide hacer lo inesperado para quien no se lo merece y así poder observar a Dios realizando lo increíble? Va en contra de nuestra naturaleza humana. No se nos crió así. Todavía más, es un riesgo serio. Sin lugar a dudas, es un riesgo. Por supuesto, allí es donde la fe desempeña un papel principal. Creer en el Señor contra todas las probabilidades y obedecerle —incluso aun cuando nos salga el tiro por la culata— le hace sonreír. Pero algunos que están leyendo esto ya tienen el ceño fruncido, pensando: Cómo no, eso suena muy lindo, pero nadie puede hacer que resulte.
José lo hizo. Después de sufrir años de consecuencias como resultado del maltrato del enojo de sus hermanos, vivió para ver el día cuando las mesas se voltearon. Vulnerables, necesitados, y a merced de él, todos esos culpables se presentaron ante él sin una palabra de defensa. Y cuando descubrieron que era José —su largamente perdido hermano menor a quien deliberadamente habían tratado mal— quedaron abrumados por la ansiedad. Sabían que él los tenía completamente arrinconados. José era el respetado primer ministro: poderoso, rico, rodeado de guardaespaldas, el modelo máximo de autoridad. Y ¿ellos? Débiles, en bancarrota, sin protección, culpables hasta los huesos. Era el momento de José. Ahora era el momento de desatar su cólera y torturar a cada uno hasta el fin de su vida. Y, ¿por qué no? Se lo merecían . . . ¡por baldes! Más bien, José hizo lo inesperado, lo que aturdió a sus hermanos hasta la misma suela de sus gastadas sandalias. Ningún rencor. Nada de desquitarse. Nada de atacar en pago. Ni siquiera un buen sermoneo. Esos seres humanos que se merecían aborrecimiento recibieron tratamiento sobrenatural. La gracia ganó el día. José los perdonó . . . y el resto es una historia hermosa.
Ya puedo vislumbrar a algún descreído encogiéndose de hombros: Pues bien, eso fue entonces; ahora es ahora. Hoy, nadie toma la basura de alguien y mentalmente la recicla para convertirla en tesoro. Cuánto se equivocan.
El rabino se convirtió en uno de los blancos de Larry, recibiendo numerosas cartas de odio desde el momento en que él y su esposa se mudaron a la ciudad. A la correspondencia siguieron llamadas telefónicas ofensivas. Al principio, la familia Weisser tenían tanto miedo que cerraban con llave sus puertas, y se preocupaban hasta enfermarse por su seguridad, especialmente por la seguridad de sus hijos adolescentes. El acoso de los insultos raciales y comentarios obscenos intimidaron a la familia, mientras Larry, de 42 años, clínicamente ciego, y con doble amputación, vomitaba su veneno lleno de odio contra ellos.
Un día el rabino Weisser se dio cuenta de que su temor ya había durado demasiado. Decidió hacer lo inesperado. Dejó su mensaje en la contestadora telefónica de Larry. El rabino hizo llamada tras llamada, todas sin recibir contestación, hablándole a Larry del otro lado de la vida . . . una vida libre de odio y racismo. “Yo diría cosas como: ‘Larry: Hay mucho amor allá afuera. Usted no está recibiendo nada de eso. ¿No le gustaría recibir algo?’ Y colgaba.”
Un día el rabino llamó y Larry contestó: “[el rabino] dijo: ‘He sabido que usted está discapacitado. Pensé que a lo mejor necesitaba que lo lleven a comprar víveres.’” Larry quedó aturdido. Desarmado por la bondad y cortesía, empezó a pensar.
El hombre amargado lentamente empezó ablandarse. Llamó a la familia Weisser una noche y dijo, según el rabino Weisser lo contaba: “Quiero escapar de lo que estoy haciendo y no sé cómo.” 1 El rabino y su esposa se fueron al departamento de Larry esa noche y hablaron con él por horas. Antes de que pasara mucho tiempo hicieron un canje: por el amor de ellos, Larry les dio sus anillos de la esvástica, sus folletos de odio y los vestidos y capuchas del clan. Ese mismo día Larry abandonó su trabajo como reclutador y echó a la basura todo el resto de su propaganda. Con el tiempo el hogar de la familia Weisser llegó a ser el alojamiento para Larry. Se mudó a uno de sus dormitorios cuando su salud declinó . . . y la familia lo cuidó hasta su muerte.
La Navidad ya se acerca. ¿Pudiera ser que el mejor regalo que usted pudiera dar no puede envolverse en papel de colores para dárselo a algún ser querido? ¿Qué tal dar el regalo del perdón? ¿Qué tal llenar un vaso con bondad? ¿Qué tal hacer esa llamada telefónica de gracia a alguien que jamás lo esperaría . . . sin condiciones? Una auténtica extensión de amor a alguien que no se lo merece. Ahora bien, esa es una idea nueva para un regalo de Navidad que jamás se olvidará.
Sí, es un riesgo . . . pero usted no será el primero en probarlo. En caso de que necesite un acicate adicional para impulsarlo a la acción, retroceda a Belén y halle el don de Dios para nosotros envuelto en pañales de amor, acostado en una pesebrera de gracia.
¡Hablando de hacer lo inesperado por los que no se lo merecen!
1. Manny Fernández, “Lessons on Love, from a Rabbi Who Knows Hate and Forgivness” (“Lecciones de amor, de un rabino que sabe lo que es el odio y el perdón”), The New York Times, 4 enero 2009, http://www.nytimes.com/2009/01/05/nyregion/05rabbi.html?_r=2&pagewanted=1 (acceso 1º septiembre 2010).