Una noche un amigo mío comió comida para perros. No, él no estaba en una fiesta de iniciación de alguna fraternidad ni entre vagabundos; en realidad estaba en una elegante recepción estudiantil en la casa de un médico cerca de Miami. Le sirvieron la comida para perros en delicadas galletitas de sal, con una rebanada de queso importado, trocitos de tocino, una aceituna y una tajada de pimiento encima. Tal como lo oyen, amigos; eran bocadillos a la comida para perro.
¡La anfitriona es una comediante de primera clase! Hay que conocerla para apreciar el relato. Ella acababa de graduarse de un curso de cocina gourmet, así que decidió que era tiempo de poner sus habilidades a la prueba máxima. ¡Vaya que lo consiguió! Después de preparar esos desdichados bocaditos y ponerlos en un par de bandejas de plata, con una gran sonrisa pícara veía cómo desaparecían. Mi amigo no podía comerse lo suficiente. Continuó volviendo por más. No recuerdo exactamente cómo se lo dijeron; pero cuando él descubrió la verdad, probablemente ladró y fue a morderle la pierna.
Desde que oí este relato, y sucedió en realidad, he pensado en lo perfecto que ilustra algo que transpira a diario en otro ámbito. Me refiero a los farsantes religiosos, charlatanes profesionales, fraudes, creyentes falsificados que venden sus artículos en brillantes bandejas decoradas con persuasión sabrosa y presencia impresionante. Siendo maestros del engaño, sirven deliciosos platos camuflados con frases que suenan lógicas.
¡Eso es ser inteligente! Si se quiere falsificar un billete, no se va a usar cartulina amarilla, cortarla en triángulo, poner un retrato del Llanero Solitario en el centro, y estampar un número “3” en cada esquina. Eso no engaña a nadie. El engaño viene en forma convincente, llevando la vestimenta de la autenticidad, respaldado por credenciales de inteligencia, popularidad, incluso un toque de clase. Por millones, los glotones incautos se tragan las mentiras, pensando todo el tiempo que están ingiriendo la verdad. La falsificación se alimenta con leña del infierno. Eso es lo que Dios nos dice.
Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus servidores también se disfracen como servidores de justicia. . . (2 Corintios 11:13–15, LBLA)
Un vistazo a la bandeja de plata y todos se ven deliciosos: “apóstoles de Cristo . . . ángeles de luz . . . servidores de justicia.” Mediante el genio del disfraz, no sólo se ven bien, se sienten bien al tocarlo, y huelen bien. Los medios de comunicación nos los sirven bajo nuestras narices.
¡Los testimonios abundan! Escuchen algunos:
“Esto es nuevo . . . ¡esto cambió mi vida!”
Otros dicen: “Yo hice lo que él dijo . . . y ahora Dios me habla directamente. Veo visiones. Puedo sentir a Dios.”
Más de dos millones gritan a grito pelado: “La eternidad es ahora . . . el materialismo es santo. Enriquecerse es señal de espiritualidad.”
Un nutrido grupo de seguidores declara: “Nada es nuestro. Todo le pertenece al gurú.”
Se los halla por todas partes: en las esquinas con revistas, mostrándose muy dedicados a Dios. Contemplando las estrellas, descubriendo el futuro. Sentados en grupos pequeños en las colinas, comiendo alimentos de canario, rehusando afeitarse o bañarse para no interrumpir lo que llaman “su comunión con Dios.” ¡La bandeja está llena de variedad! Se los halla asistiendo a espectáculos religiosos dirigidos por las atractivas porristas en trajes costosos anaranjados y zapatos adornados con diamantes. En el extremo opuesto, hay soñadores místicos que prefieren la reclusión donde se sientan en cuclillas y en silencio.
Tal vez tengan una presencia “nueva,” y tienen el sabor y apariencia de lo real; pero no lo son. Tal como Escrutopo citó a su sobrino Orugario el verso de su padre:
Error viejo en vestido nuevo,
Es siempre un error desde luego.
. . . que es otra manera de decir: “la comida para perros es comida para perros; sin que importe cómo se sirva.” O, como Pablo lo dice tan contundentemente: “Son falsos . . . fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo.” Tal vez no lo parezcan, pero son tan farsantes como un billete amarillo con el retrato del Llanero Solitario.
Lamentablemente, en tanto y en cuanto haya manos para que tomen lo que hay en la bandeja, siempre habrá disponibles bocaditos de muy buena apariencia y muy. Pero algún día, algún horroroso día, el Juez final determinará y declarará la verdad del error. Entonces habrá mucho atragantarse y arcadas. . . y ya no sabrá bien.
Nada sabe bien en el infierno.