Te perdono . . . pero nunca lo olvidaré. Oímos esto con tanta frecuencia, que es muy fácil descartarlo como "es solo natural." ¡Ese es precisamente el problema! Es la respuesta más natural que podemos esperar. No sobrenatural. Puede también tener consecuencias trágicas.

En su libro Great Church Fights, Leslie Flynn cuenta de dos hermanas solteras que vivían juntas, pero, debido a un desacuerdo no resuelto por un asunto insignificante, dejaron de hablarse (uno de los resultados inescapables de no perdonar). Puesto que ni podían o no querían mudarse de su casita, siguieron usando los mismos cuartos, comiendo en la misma mesa, usando los mismos artefactos, y durmiendo en el mismo dormitorio . . . todo separadas . . . sin decirse ni una sola palabra. Una línea de tiza dividía en la mitad el espacio para dormir, separando las puertas así como la chimenea. Cada una entraba y salía, cocinaba y comía, cocinaba y leía sin pisar el territorio de la otra hermana. En la negrura de la noche cada una podía oír la respiración de la otra, pero debido a que ninguna estaba dispuesta a dar el primer paso para perdonar y soltar la ofensa, sea lo que haya sido, coexistieron por años en demoledor silencio.

Rehusar perdonar y cancelar la deuda lleva a otras tragedias, como monumentos de rencor. ¿Cuántas organizaciones cristianas se dividen (a menudo por minucias), y luego se dirigen en otra dirección, fracturadas, destrozadas y amargamente obstinadas? ¿Cuántas familias escogen aferrarse a los recuerdos del resentimiento, en lugar de crear legados de perdón? ¡Y las iglesias pueden ser las peores en esto!

Después de hablar en una conferencia bíblica de verano una noche, una mujer me dijo que ella y su familia habían estado acampando por todos los Estados Unidos. En sus viajes cruzaron una ciudad, y pasaron por una iglesia con un nombre que nunca olvidaría:

LA IGLESIA ORIGINAL DE DIOS, NÚMERO DOS.

Sea que nuestra disputa sea un asunto personal o público, rápidamente revelamos si poseemos un corazón servidor en cómo respondemos a los que nos ofenden. Siempre tenemos la opción. ¿Escogeremos aferrarnos a las cosas que nos han lastimado hasta que erigimos monumentos de rencor que dividen nuestras relaciones personales antes armoniosas . . . o escogeremos crear legados duraderos de perdón al perdonar a los que nos han hecho daño y luego soltar la ofensa . . . cancelando la deuda? No se pierda esas últimas palabras.

No basta decir sencillamente: "Pues, está bien; te perdono, pero no esperes que te deje en libertad." Eso quiere decir que hemos construido en nuestra mente un monumento al rencor, lo que no es perdón de ninguna manera.

Antes de seguir, permítame decir: no quiero implicar que usted olvida lo sucedido, o que es capaz de borrar de su memoria el incidente, o que usted no considera al otro responsable por la conducta abusiva o criminal, o las deudas económicas. Vivimos en la realidad. Es imposible que las víctimas de la violación sexual eliminen de su memoria el indescriptible crimen. Los recuerdos del ultraje infantil no se pueden descartar como hojas que caen de un árbol. Las cicatrices, tanto físicas como emocionales son cuadros duraderos de un terrible dolor.

Lo que quiero decir es que dejamos a las personas en libertad de la culpa y no seguimos sosteniendo la ofensa sobre sus cabezas. Cuando escogemos "cancelar la deuda" soltamos de las personas los grillos de las emociones negras que se agazapan en nuestros corazones y que dicen: nunca, nunca dejes esto. Es más, para los que han sufrido experiencias que han alterado sus vidas, escoger perdonar y dejar en libertad a las personas puede ser un proceso continuo. Cuando Pedro le preguntó a Jesús: "¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete" (Mateo 18:21–22).

Los siervos deben ser personas de espaldas fuertes; lo suficiente como para seguir adelante, lo suficiente como para recordar el bien, y lo suficiente como para perdonar el mal al libertar de toda culpa, dolor o rencor al ofensor.

Adaptado con permiso de W Publishing Group, Nashville, Tenn., del libro en inglés, The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece, copyright © 1994 by Charles R. Swindoll. Reservados todos los dere