Andar íntimamente con el Señor Jesús quiere decir que debemos hacerle frente a eso de perdonar a otros. Sí, debemos hacerlo. No podemos evadir ni negar el hecho de que las relaciones personales a menudo resultan en ofensas y la necesidad de perdonar. Sea que la culpa de la ofensa sea de otro, o que sea nuestra responsabilidad, Efesios 4:31-32 resume hermosamente cómo podemos tener una conciencia limpia y ser libres para amar y servir a Dios de todo corazón:
Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. (NVI)
En diferentes momentos de nuestra vida nos veremos abocados a la tarea difícil de perdonar. Los siguientes pasos nos ayudan a encaminarnos a una decisión de obediencia y amor santo.
Cultive un Corazón de Perdón
1. Profundice su comprensión del perdón de Dios mediante el estudio de la Biblia y la meditación. Dios ha sido impresionante y absurdamente generoso con nosotros. Permita que la gracia estimule humildad y gratitud. Lea Romanos 5:8.
2. Aprenda a reconocer las señales de un corazón que perdona: descartando la necesidad de castigo, mirando al ofensor con bondad y compasión y escogiendo extenderse en amor.
3. Aprenda a responder bien cuando los sentimientos heridos vuelven a aflorar. Apóyese en la ayuda del Pastor de pastores para que cambie su corazón. Vuélvase (arrepiéntase), afine su oído a la voz del Pastor (dependa) y ande en sus caminos (obedezca).
Pasos al perdón
Primero, comprenda que perdonar es correr riesgos. Incluso un ofensor arrepentido con toda probabilidad nos fallará de nuevo, tal vez en lo mismo.
Segundo, apóyese en Dios. Clame: “Señor: Me apoyo en ti para que me concedas gracia y fuerza para amar a esta persona que me ha hecho daño y a procurar lo mejor para ella.”
Tercero, cancele efectivamente la deuda. Mediante la oración, dígale a Dios que usted abandona el derecho de cobrárselas en cualquier nivel y abandone su amargura.
Cuarto, evalúe si debería o no decirle al ofensor lo que usted ha hecho delante de Dios.
Quinto, si es apropiado, verbalmente ofrézcale perdón. Si se arrepiente, la relación personal puede volver a su curso. Si no, la relación personal no se puede restaurar; pero cuando se ofrece el perdón, se puede pagar el mal con un bien (Romanos 12:21).
¿Qué si no se puede comunicar el perdón?
Si usted quiere corregir las cosas con alguien a quien usted le ha hecho daño, pero esa persona no está a su alcance, permita que el perdón de Dios baste. Confíe en que Dios intervendrá por usted para aliviar cualquier dolor de corazón que usted ha causado. Tal vez ayude confesarle su pecado a un amigo de confianza.
Si la persona está a su alcance pero rehúsa perdonarle, pregúntese: ¿Indica su rechazo que en realidad no me he arrepentido genuinamente? Examínese según las normas que se hallan en 2 Corintios 7:8-11. Si el arrepentimiento es genuino, entonces el perdón de Dios es suficiente. Dese cuenta, también, de que el perdón puede ser un proceso. Tal vez la otra persona necesita tiempo para estar dispuesta a perdonar.
Que la siguiente oración le ayude a empezar la jornada de perdón hoy.
Amado Padre que perdonas:
Gracias por tu mayor don, tu Hijo Jesucristo, que vino para que pudiéramos ser perdonados. Muchas gracias por tu misericordia.
Danos el valor para mostrar esa misericordia y la humildad de pedirla. Cuando hayamos ofendido, haz que seamos prontos para reconocer el mal y hacer lo que sea necesario para reconciliarnos. Y a quienes nos han hecho daño, que podamos dejar a un lado todo resentimiento y rencor. Permítenos olvidar todo lo que nos impide vivir una vida llena de gracia.
Finalmente, que podamos hallar nuestro mayor gozo al conceder lo que otros no merecen, y por consiguiente modelar tu misericordia que nos ha hecho libres. Amén.