Hace años, en mis días en el seminario, un día tomé mi asiento acostumbrado en la primera fila cuando el profesor nos lanzó una sesuda pregunta. Al instante respondí con lo primero que se me ocurrió. Antes de que acabara de darme cuenta yo ya estaba enredado hasta el cuello en una discusión endeble, y mi posición era cada vez más precaria. El diligente y discernidor profesor se quedó mirándome, frunció el ceño, y replicó: «Sr. Swindoll: si usted continúa por esa rama, ¡voy a verme obligado a cortársela con un buen conjunto de hechos!”
En estos días que estamos viviendo en un mundo de especulaciones impulsadas por motivos turbios en los cuales la línea entre la realidad y la ficción ha quedado nublada. Más que nunca los creyentes necesitan ser diligentes para comprender lo que creen y por qué lo creen. Eso exige un sólido marco de verdad, que sea verdad ajustada a la red incuestionable de hechos bíblicos e históricos. No se trata de hechos que algunos aducen salpicándolos con fragmentos bíblicos, sino hechos que dan confianza cuando se avecina la tormenta.
Al momento las nubes siguen aumentando, y la tormenta ruge.
La novela de misterio que se ha convertido en éxito de librería, El Código de Da Vinci, ha despertado una controversia en todo el mundo. Sus afirmaciones en cuanto a Jesús y la historia “secreta” del cristianismo ha dado motivo a que se escriban docenas de libros encaminados a desenmascarar los engañosos errores del cuento.
No me comprenda mal; me encanta un buen relato. Las narraciones captan nuestra atención, nos transportan a otro mundo, y pueden ser vehículos impresionantes para comunicar la verdad. (¡Algunas de las mejores lecciones de Jesús fueron relatos!). De hecho, entretejida en el mosaico de todo gran ministerio del púlpito está la capacidad de comunicar la verdad mediante un relato conmovedor. Como habrán notado, con un el amplio mundo de medios de comunicación disponibles hoy, los relatos y narraciones han llegado a ser más convincentes que nunca.
Pero El Código de Da Vinci es diferente. El autor ha usado el poder del relato para promover mentiras que suenan a verdades. Los no creyentes se han alejado más de la fe, y los creyentes débiles han quedado confundidos. Encima de eso, eruditos no creyentes aparecen por televisión aduciendo una supuesta “evidencia” que piensan que respalda las más estrafalarias afirmaciones de la novela. Muchos quedan haciendo preguntas provocativas. ¿Se incluyeron por votación en la Biblia los libros del Nuevo Testamento? ¿Fue en efecto el emperador Constantino el que elevó la posición de Jesús de un maestro humano al Verbo eterno? ¿En efecto Jesús y María Magdalena se casaron en secreto?
Muchos han preguntado: “¿Por qué el rebaño de Dios tendría que preocuparse por un libro de ficción?” La respuesta es fácil: si los creyentes no cortan con hechos reales las ramas de la especulación, ¿quién lo hará?
Demasiadas ovejas del rebaño han hecho oídos sordos a las preguntas acuciantes de los “cabritos” que están fuera de la puerta. Algunos creyentes se dedican a pastar ociosamente, sin el discernimiento o diligencia necesarios para rumiar los asuntos serios de la fe. Demasiado a menudo no oímos las preguntas que la gente está haciendo. Y cuando en efecto las oímos, no tenemos listas las respuestas. Pero, ¿recuerda usted las palabras de Pedro? Él dijo: “estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia” (1 Pedro 3:15).
Cuando se trata de preguntas en cuanto a la Biblia y las enseñanzas reales de la iglesia inicial, muchas ovejas se contentan con cacarear respuestas a preguntas que nadie hace, o atacar a los cabritos con garrotes bíblicos y una oposición dura y defensiva. Pero, oveja colega, eso no sirve. La respuesta a las preguntas reales que la gente está haciendo requiere más que cacarear más fuertemente.
Responder a la narración falsa y a las seductoras ficciones de los críticos requiere discernimiento y diligencia. El discernimiento traza una línea definitiva entre el hecho y la ficción, la sabiduría y la necedad, y el bien y el mal (Hebreos 5:14). La diligencia prepara a los creyentes con respuestas adecuadas a preguntas críticas (2 Timoteo 2:15). Como ve, la fe histórica respalda nuestra fe con hechos sólidos que resisten cualquier investigación. Al estudiar nosotros mismos diligentemente las verdades, estaremos equipados para “presentar defensa” sin ponernos a la defensiva.
¿Cómo se logra discernimiento y diligencia? Primero, se empieza de rodillas. Santiago 1:5 promete sabiduría a los que la piden. Segundo, hay que ir a la Palabra de Dios. Efesios 6:17 llama a la palabra de Dios la “espada del Espíritu.” ¡Úsela! Y tercero, para recibir respuestas a las preguntas fuera de la Biblia que muchos están haciendo estos días, acuda a los sabios. Dios nos ha dado maestros consagrados y conocedores que son expertos para responder tanto al estudiado como al escéptico (Efesios 4:11-16).En muchas ocasiones en mis más de cuatro décadas de ministerio, con frecuencia he vuelto a ese humillante momento en el aula y a mi ceñudo profesor que amenazó hacer polvo mis especulaciones insensatas con un conjunto sólido de hechos. Le temí en ese entonces. Pero hoy, conforme las tempestades de la especulación rugen a nuestro alrededor, mi temor ha sido reemplazado con respeto por ese profesor y su búsqueda de la verdad inflexible, irresistible e innegable. ¡Es una búsqueda que bien vale la pena!